Aunque con menos miopía que otros miembros de mi familia, tuve que empezar a usar lentes a los 15 años. Usualmente los utilizaba para tareas que requerían observar cosas de cerca y por un tiempo prolongado. Años después migré a los lentes de contacto, producto que uso hasta la actualidad y sin los cuales las letras de esta texto serían para mi una combinación de elementos negros ilegibles.
La tarea de pasar a los de contacto no es fácil en los primeros días, en particular durante la consulta con el oftalmólogo, quien explica su modo de uso, limpieza, colocación, retiro y almacenamiento. Este prsonaje también cobra el rol de entrenador para eliminar el acto reflejo de cerrar los ojos cuando un elemento extraño irrumpe en el ojo.
Durante la primera etapa, las decisiones que compusieron el proceso de de consumo gravitaron sobre la confianza depositada en el profesional de la vista. En esa coyuntura era poco conciente de las participantes, quizá las únicas fueron las de la tienda o clínica oftalmológica elegida (o bien la buena fama del médico).
En estos casos, al tratarse de una compra por primera vez, es alta la probabilidad que la marca y modelo de lentes de contacto que se compre sea la indicada por el oftalmólogo u optómetra que han guiado el proceso. No obstante, cuando los lentes se gastan (casi todas las personas utilizan versiones descartables) el consumidor ha ganado meses de experiencia: cuánto tiempo puede usarlos antes de tirarlos, a qué hora de uso empiezan a ser incómodos o qué líquido de limpieza es el de su preferencia. Incluso habrá tenido conversaciones con otros usuarios, donde se habrá enterado de otras marcas y modelos de lentes, a la par de la experiencia de estos terceros usuarios directos.
Eventualmente el sujeto cobra notable pericia en lentes de contacto. Los posteriores reabastecimintos de lentes serán oportunidades para preguntar por otros modelos, se probará marcas distintas para ver su comodidad y comparará precios. Ha llegado a la etapa en la cual puede determinar con precisión la utilidad que espera obtener del producto. Es el consumidor experimentado que cuenta con un sistema de datos que facilita y simplica sus decisiones de compra.
La tarea de pasar a los de contacto no es fácil en los primeros días, en particular durante la consulta con el oftalmólogo, quien explica su modo de uso, limpieza, colocación, retiro y almacenamiento. Este prsonaje también cobra el rol de entrenador para eliminar el acto reflejo de cerrar los ojos cuando un elemento extraño irrumpe en el ojo.
Durante la primera etapa, las decisiones que compusieron el proceso de de consumo gravitaron sobre la confianza depositada en el profesional de la vista. En esa coyuntura era poco conciente de las participantes, quizá las únicas fueron las de la tienda o clínica oftalmológica elegida (o bien la buena fama del médico).
En estos casos, al tratarse de una compra por primera vez, es alta la probabilidad que la marca y modelo de lentes de contacto que se compre sea la indicada por el oftalmólogo u optómetra que han guiado el proceso. No obstante, cuando los lentes se gastan (casi todas las personas utilizan versiones descartables) el consumidor ha ganado meses de experiencia: cuánto tiempo puede usarlos antes de tirarlos, a qué hora de uso empiezan a ser incómodos o qué líquido de limpieza es el de su preferencia. Incluso habrá tenido conversaciones con otros usuarios, donde se habrá enterado de otras marcas y modelos de lentes, a la par de la experiencia de estos terceros usuarios directos.
Eventualmente el sujeto cobra notable pericia en lentes de contacto. Los posteriores reabastecimintos de lentes serán oportunidades para preguntar por otros modelos, se probará marcas distintas para ver su comodidad y comparará precios. Ha llegado a la etapa en la cual puede determinar con precisión la utilidad que espera obtener del producto. Es el consumidor experimentado que cuenta con un sistema de datos que facilita y simplica sus decisiones de compra.